sábado, 27 de marzo de 2010

El cómic

Las reuniones de amigos son siempre celebradas. Ese es el caso de Santiago, Ramón y Nuria. Estos encuentros eran breves e intensos y todos empezaban en la misma esquina de siempre. Los recorridos eran tan breves como el trayecto de casa al colegio y tan intenso como lo eran las historias contadas por Nuria.

Nuria, una niña que sobrepasaba en altura a sus dos amigos, era una chica avispada y con una viva imaginación que, normalmente, deleitaba a sus acompañantes con historias de lo más sorprendentes. Ese día, Nuria me llevaba de su mano. Santiago era un delgado niño y un verdadero forofo de los cómics. Por su parte, Ramón era un niño serio que no estaba para cuentos, historias y mucho menos cómics.

Ese día, Santiago llevaba en sus manos un cómic que estaba protagonizado por una banda de ladrones que perpetraban un atraco en un supermercado de barrio. El escualido niño, de camino a la escuela, iba explicando el tebeo a sus compañeros al mismo tiempo que hojeaban el preciado ejemplar. 

En ese momento, un gran alboroto se desató en la vía pública. Cuatro malhechores salieron en estampida del supermercado "Pepito", muy conocido en la zona. Los niños, petrificados y con ojos como platos, ven la secuencia como si de una tira de cómic fuera. Santiago exclama ¡Anda!, Nuria que dice ¡Vaya! y Ramón, asustado y con apenas un hilo de voz, interpela a sus amigos con un ¡vamonos!, ¡vamonos!... y quienes se van y desaparecen son los ladrones con el botín entre manos.

Los medios de comunicación aparecen en tropel buscando algunos testigos del hecho para poder entrevistar. Nadie se ofrece, excepto los tres amigos ya recuperados del susto que, por olvido o inconsciencia no asisten a la escuela. Y ya los tenemos allí ante las cámaras, micrófonos, cables y reporteros varios a Santiago, Nuria y Ramón.

Tras el periplo televisivo y radiofónico ya es hora de comer y vuelven cada uno a su casa. Ya están en la esquina donde siempre se reúnen. En un instante, Santiago se detiene y nervioso abre el cómic. Sus amigos extrañados lo miran y asombrado él muestra la viñeta final donde aparecen dos niños y una niña en una esquina mirando un cómic. Exactamente igual que ellos en ese preciso momento. ¡Canastos! - exclama Santiago - ya lo dice mi padre... la realidad supera la ficción.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El cuentacuentos

A nosotros, los libros, nos gusta mucho que nos lean, ya sea en la cama, de pie, por la calle, en el sofá, en fin... de todas maneras. Pero lo mejor de todo es cuando Segismundo nos visita en la biblioteca.

Segis, como le gusta que le llamen, es un cuentacuentos infantil. Él siempre lleva un baúl lleno de libros y demás artilugios que utiliza para contar los cuentos a los atentos niños y niñas.

Segis, aquel día eligió Robinson Crusoe para protagonizar su intervención. Pronto, los menores se arremolinan alrededor del cuentacuentos ávidos de las palabras de Segis. Nosotros, los libros también disfrutamos del momento. 

Segismundo interpreta el papel a las mil maravillas. Los niños comienzan a abrir la boca hipnotizados por el relato y el responsable de la biblioteca, Damián, comienza a adormecerse en su cómodo asiento. Adrián, uno de los niños, no escucha el relato... ¡lo vive!

Segis, metido en la historia, cuenta como Robinson, para no perder la noción del tiempo, marca con rayas los días que pasa en la isla. Adrián está recostado sobre una blanca pared y, casualmente, su mano sostiene un negro rotulador. La tragedia se masca. Segis cuenta uno, dos, tres, cuatro, cinco... y Adrián marca uno, dos tres, cuatro, cinco. Cinco negros palotes sobre la blanca e impoluta pared. El desastre coge cuerpo.

Segis ve el grupo de pequeños oyentes y observa al fondo, de pie, como sonríe Adrián. Segismundo lo mira extrañado pero continúa con el relato. Adrián empieza a correr como un auténtico Robinson enloquecido al grito de ¡soy Robinson!, ¡soy Robinson!

Exhaltado, Damián, el adormecido responsable de la biblioteca, salta de la silla y tras el pequeño Adrián va. Adrián, Damián, Damián, Adrián... Nadie sabe quién persigue a quién, pero todos los pequeños se lo pasan como nunca. Ríen y ríen sin parar.

Cuando la situación se tranquiliza, Adrián muestra orgulloso su obra de arte. Segis y Damián miran los cinco palotes. El primero inicia la retirada recogiendo sus utensilios, el segundo lo sigue con la mirada, en absoluto, amistosa.

Esa tarde, será la última que Segismundo cuente historias en la biblioteca; Damián se pasará algunas horas frotando la manchada pared y Adrián le dirá a su madre, Ángela, que de mayor quiere ser dibujante o, mejor, náufrago como Robinson.
 
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Cuentos y relatos by Israel Aliaga is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License