sábado, 24 de abril de 2010

Hipocondría


Estar enfermo siempre es un follón, un lío y una complicación... pero si encima de eso, resulta que es producto de la imaginación, realmente es un quebradero de cabeza para los que conviven con esa persona, y para el enfermo resulta una angustia y un temor enorme.

Antonio tenía 11 años, era un lector empedernido, de carácter tímido, nervioso y de complexión fuerte. Le apasionaba todo lo relacionado con el mar, ya sean las especies marinas, las embarcaciones, los bucaneros, marineros, piratas, pescadores, cazadores de tesoros... todo aquello que se movía por el mar le interesaba. Supongo que por esa afición no se separaba de mí y cada instante me leía con fruición. 

Por su carácter tímido era remiso en el trato social y, por ello, sus horas solitarias las pasaba ante su pantalla de ordenador desarrollando una habilidad prodigiosa en el uso de internet. Todo lo consultaba en la red, era un verdadero "surfer".

En los hospitales de la zona, a Antonio, a pesar de su temprana edad, ya le conocían muy bien, pero no por las enfermedades que padeciera sino por que era un hipocondríaco nato. Sus padres, León y Laura, iban con el corazón en la boca por su niño. Si no era por unos granos era por algo en la pierna y sino por cualquier cosa todavía más insignificante.

Un sábado, Antonio se levantó de la cama con cierto malestar en el vientre y así, lo comunicó a su atareada madre que estaba preparando el desayuno de la familia. Dos cruasanes y café para su marido León; un bocadillo de mortadela y un tazón de leche con cacao para su hijo Antonio y, finalmente, un cortado con sacarina para ella.

Laura no hizo mucho caso a su hijo ya que estaba más que acostumbrada a salir corriendo a urgencias por nada. Antonio, ni corto ni perezoso, volvió a su habitación donde se conectó a internet en busca de sintomas que explicaran el motivo de su dolor de barriga. Consultó el médico en casa.com, qué me pasa doctor.com, es grave.com y un largo etcétera de .com. El resultado fue de esperar. El miedo se acrecentó cada vez más en el interior de Antonio ya que su mente concluyó que lo suyo era una dolencia muy grave y digna de salir a la carrera.

Sus padres ya estaban sentados alrededor de la mesa y Laura reclamaba la presencia de su hijo con un "Antonio!, la leche se enfría!!!" El niño salió de su habitación en pijama, sudoroso, colorado, con una mano en la frente y otra en su estómago, casi suplicando a sus progenitores que le llevaran al hospital por que en internet decían que los suyo era gravísimo.

El padre León rugió como un león, temiendo una enésima visita al hospital, y Laura, perpleja, intentaba calmar a uno y a otro. Diez minutos después, los tres iban a bordo de un utilitario a toda velocidad y el desayuno, pues quedó prácticamente intacto, frío y solitario encima de la mesa.

Llegaron por fin al hospital "Nuestra Señora del Milagro" donde un amable y ya conocido doctor, llamado Sánchez Ambrosio, visitó al paciente. "¿Qué te sucede esta vez Antonio? - preguntó el médico. Y por respuesta, Antonio le explicó que le dolía el bajo vientre, con punzadas cada tres minutos, le dolía la cabeza y que tenía frío en pies y manos... y que a pesar de que no tenía fiebre y no había devuelto creia que tenía apendicitis.

El doctor Sánchez Ambrosio, alucinado por la explicación técnica dada por el pequeño exclamó: "Vaya!! de mayor serás médico ¿no?... o eso, o has mirado en internet los sintomas antes de venir aquí". Tras una exploración del paciente, el médico dictaminó que lo que tenía Antonio era una acumulación de gases que, con el tiempo, irían desapareciendo y que, por supuesto, era molesto pero no de vida o muerte. Sánchez Ambrosio se despidió del paciente con un "Bueno, Antonio, hasta la próxima".

En ese momento, entró otro paciente con una herida de hélice provocada por un accidente de una lancha motora lo que hizo ocuparse de nuevo al doctor. Eso sí que era grave. Antonio más tranquilo salió de la consulta médica de manos de sus padres. Éstos abochornados por la repetitiva situación vivida y con cierto enfado volvieron a su casa en busca de un par de aspirinas.

domingo, 18 de abril de 2010

La excursión

Muchas personas aguardan el fin de semana para descansar, pasear, ver a los amigos, padres, abuelos ,abandonados entre semana por falta de tiempo, otros muchos destinan esos días de asueto para visitar lugares cercanos que les permitan desconectar de su vida cotidiana y monótona. Ese fue el caso de la familia Martínez, formada por los padres Marian y Jorge, los hijos Enrique y Juan, y la abuela de nombre Marian también.

Todos ellos a bordo de un monovolumen algo sobrio pero eficaz. Para extras ya llevaban las fiambreras varias, botella de vino y diferentes refrescos, juegos de azar de todos los colores, confortables sillas de tela y la correspondiente mesa plegable, en fin... todo una completa equipación, ¡si señor!

Juan había descubierto hacía bien poco el gusto por la lectura y los padres, para incentivar esa buena afición, le habían hecho socio de la biblioteca del barrio. Es por ello, que yo libro pirata, me iba también de excursión.

Llevábamos una hora de viaje y todo iba como la seda, la abuela callada, los niños en sus cosas y los padres, tránquilos y relajados. Se anuncia por la radio retención y complicación de tránsito en la carretera. Diez minutos después, los Martínez y muchos más avanzan como tortugas hacía sus destinos. Unos a otros se miran por las ventanas y los niños se organizan carreras imaginarias.

La abuela mueve ficha y avisa "tengo que orinar". Jorge que resopla y Marian que le reprocha su actitud con una mueca sin igual. La próxima estación de servicio queda lejos e imposible de alcanzar. Jorge detiene el monovolumen y la abuela, como puede, sale a todo correr. Reemprenden el viaje algo abochornados por el espectáculo dado.

Al poco, un conductor se cruza ante Jorge que sin comprender detiene el coche. Mil palabras soeces salen del otro automóvil asaltante y la esposa, Marian, se enerva hasta no aguantar. Los niños gritan mil y una sin parar y la abuela, para arreglar, levanta el dedo sin cejar.

Al destino llegan dos horas más tarde de lo previsto ya sin decir ni mu. Todos taciturnos y enfadados. Se oye un pufff! pero nadie hace caso. "Vaya excursión me espera" - piensa Jorge - "A quién se le ocurre salir hoy" - piensa Marian - "¿Por qué hacemos excursiones? - se interrogan los niños - y para terminar la abuela reflexiona: "Ya lo decía yo... este chico, hija no te conviene".

Pasean por el lugar algo animados y contentos por haber salido del monovolumen. "¡Qué bonito!, ¡qué bonito!" - dice la esposa - ¡Qué cuestas!, ¡qué cuestas!" - refunfuña la abuela. Jorge que es una amante de la fotografía, ya lleva medio carrete gastado y eso que sólo lleva diez minutos en el pueblo. Enrique y Juan van chutando con la pelota.

Como han llegado tarde, Jorge dispone la mesa y las viandas para comer. Degustan los alimentos con la sonrisa dibujada en sus rostros y sin incidentes a destacar, a excepción, de una avispa que del festín quiere disfrutar.

Jorge dispone todo para guardar en su automóvil y una rueda ya está sin aire... pinchazo al canto. "Jorge, ¡cariño! ya te las apañarás" - expresa Marian, su querida mujer. Mientras el resto de excursionistas se adelantan para admirar una pequeña iglesia.

Ya en el lugar de culto todos juntos, la abuela quiere encender una vela y para ello una limosna debe introducir. Pide el milagro y se enciende una pantalla luminosa y tecnológica ante ella anunciando que para conseguir eso más dinero hay que meter. "Vaya,vaya... con la iglesia del pueblo que moderna se nos ha vuelto" manifiesta la abuela. Hasta 3 euros han introducido y la pantalla que no ha dejado de iluminar pidiendo más y más. Milagro concedido anuncia al final.

Alucinados salen todos con cierto aire de panoli. Llegan al coche y Jorge atolondrado informa al resto que, con tanto cargar en el monovolumen, ha dejado la rueda de repuesto en el hogar. "Tengo que llamar a una grúa para regresar, es tarde y nada hay abierto ya". De esta guisa, vuelven los cinco a casa a bordo de una grúa, con el monovolúmen detrás. La radio informa de un embotellamiento jamás soñado. "Lo que nos faltaba" - dice la estimada esposa.
 
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