jueves, 15 de abril de 2010

La playa

Cuando llega el buen tiempo muchas personas se lanzan a la calle, pasean, ocupan las plazas de pueblos y ciudades, toman apetitosos aperitivos en terrazas y bares al aire libre, llenan las playas com sombrillas de colores, transistores, toallas, libros...En definitiva, salen de sus hogares.

Por lo general, a nosotros los libros no nos gusta demasiado la playa. Nos da miedo. El agua para un libro es la muerte. Si no te mojas, te quemas por el efecto solar... es un fastidio.

Con la metereología de cara, la familia de Sergio y Alberto decidieron ir a la playa como muchas otras. Raúl y Mercedes, optaron por establecerse en un lugar entre un grupo de jóvenes y otra familia pertrechada para pasar todo un día playero. Al poco, los padres se fueron a tomar algo a un chiringuito cercano dejando a Sergio, el hermano mayor, a cargo de Alberto. Los dos tomaban el sol placenteramente... bueno, a decir verdad, con ciertas molestias ocasionadas por el grupo juvenil que escuchaba música a todo volumen.

Yo estaba en las  manos de Sergio que me leía como podía y Alberto jugaba con un libro, un tomo algo diferente resto. No podía desenganchar la vista de mi extraño compañero. Él no tenía miedo al agua, de hecho, estaba dentro de un cubo de agua salada y tan pancho que estaba. Era totalmente incomprensible para mí, hasta que logré intercambiar algunas impresiones con él.

En lo más alto de la playa, acababan de arriar la bandera verde e izar otra de color rojo. Hacía mucho calor y con tanto sofoco como hacía aquel día, Sergio y Alberto se fueron a refrescarse al agua, sin prestar mucha atención al cambio de estandarte. Los dos libros estábamos a solas, yo al sol, tostado y él al agua, mojado.

Resulta que mi empapado amigo se llamaba Tyranosaurus, Tyranosaurus Rex para más datos, y se consideraba toda una novedad. "¡Venga ya!... novedad" - exclamé- si tienes más años que matusalén, si eres prehistórico. "¡GRR, grrrrr! - gruñó molesto Tyranosaurus- soy una novedad editorial, estoy hecho con materiales innovadores que me permiten mojarme sin peligro alguno". "Pues, he visto bien pocos como tú" - le dije yo a modo de conclusión. A partir de ahí, yo seguí tostándome y el dinosaurio remojándose tan ricamente.

Al rato largo, Sergio volvía a toda prisa hacia nosotros con su hermano Alberto en brazos. El primero respiraba dificultosamente por el esfuerzo, el segundo con cara lastimera no paraba de llorar y de tocarse una pierna. Alberto había sido víctima de una medusa cuya picadura era muy molesta.

Sergio nervioso y sintiéndose responsable de su pequeño hermano le lanzó el agua salada del cubo, Tyranosaurus incluido, con claras intenciones de calmarle el dolor. La cosa no mejoró en absoluto y Sergio lloraba si cabe aún más, desesperado por la picazón. Mi novedoso colega fue a parar de bruces a la caliente arena, quedando rebozado como una croqueta.

Alrededor de los dos niños se montó un gran alborozo, asistieron jóvenes, niños y mayores. Los primeros con música, los segundos con el correspondiente bocadillo de tortilla y el pincho de aceituna, los terceros portando botellas de vinagre. Del grupo juvenil salió Luz, una joven de la Cruz Roja que precisamente tenía el día libre. Con gran pericia examinó la herida, cogió el pincho del niño regordete que miraba con ojos plateros, aplicó una cura de urgencia y para acabar roció la zona afectada de Alberto con ácido acético, o sea, vinagre en cantidades industriales. Todos miraban la situación con cara de admiración, aplausos y hurras se oyeron y Sergio y Alberto vieron en Luz, la luz a todos sus problemas.

domingo, 11 de abril de 2010

Ruedas

Al inventor de la rueda le debemos mucho. Es un artilugio que ha hecho avanzar en extremo al conjunto de la humanidad. Es un hecho indiscutible. Hoy en día vivimos rodeados de ruedas.

Belén, una gran aficionada a la bicicleta y la lectura decidió combinar sus dos devociones en un día soledado de primavera. Entró en la biblioteca para coger un buen libro... y se quedó conmigo. Después ensilló en su bicicleta "mountain-bike" con la intención de recorrer la ciudad. Ésta tiene unos carriles señalizados para el tránsito de velocípedos muy adecuados. En resumen, en muy breve espacio de tiempo, me ví dentro de un cesto atornillado al manillar. Me sentí como "ET" a todo rodar.

Belén se incorporó al tránsito de una gran avenida a una velocidad más que prudente. A lo lejos, delante de nosotros pudimos ver a un pelotón de ciclistas, al parecer muy experimentado. Todos iban en transporte facilitado por el ayuntamiento de la ciudad. Bicicletas que, a duras penas, estaban enteras. Era todo un espectáculo, de hecho, era un milagro que pedalearan coherentemente. Pues bien, en un instante, se montó un buen cirio y Belén y yo fuimos testigos de mayúsculo desaguisado.

Los ciclistas que avanzan sin parar, los viandantes que, absortos en su pensamientos y preocupaciones, no detienen sus pasos y abordan el carril bici con tesón. Suenan múltiples timbres de bicicletas, alertando de su paso y reclamando su espacio. Los ciudadanos que van a pie quedan sorprendidos y paralizados por el asalto rodado.

En la lejanía suena una ambulancia que rueda rauda y veloz por el carril bus. Un autobús, movido por gas ecológico, avanza silencioso al encuentro. Belén detiene su "mountain-bike".

Los ciclistas que esquivan a los temerarios viandantes saltando y cayendo aquí y allá por parterres y asfalto. Eso parece el Tour de Francia. La ambulancia que va de urgencia al hospital no detiene su tránsito y al barullo va directo. Andrés, el conductor del autobús, en cambio, detiene su vehículo ante la mirada asustada de todo el que anda por allí. Andrés llama a la central y avisa "estoy en un follón".

Todo vuelve a la normalidad paulatinamente, excepto el vehículo de socorro. Pablo, in extremis, detiene la ambulancia con un aparatoso giro provocando la salida del paciente alucinado en camilla rodada. El pobre hombre, llamado Serafín, se agarra a la camilla como puede mientras grita "será el fin, será el fin". Los solidarios ciudadanos allí presentes detienen con autoridad y poderío el tránsito de vehículos y litera rodante. Aparece policía motorizada y, en un visto y no visto, arreglan el estropicio.

En muy poco espacio cuento un sinfín de ruedas diferentes... La rueda ha sido un gran progreso para la humanidad.
 
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