sábado, 1 de mayo de 2010

El gimnasio

Tiempo antes de que llegue el verano, los gimnasios empiezan a llenarse de entusiastas deportistas que movidos por el afán de recuperar su buena forma, abarrotan las salas de máquinas y demás instalaciones.

Como muchos padres que desean inculcar a sus hijos buenos hábitos, Liberto, de 38 años, quería llevar por primera vez a su hijo Adrián, de 6, al gimnasio. Además, Liberto ansiaba recuperar una costumbre que había dejado abandonada, tras el nacimiento de su querido hijo, por lo que su estómago asomaba ciertamente por debajo de la camisa.

Liberto hablaba una y mil veces a Adrián sobre los innumerables beneficios de del deporte en el ser humano. El pequeño escuchaba las palabras de su progenitor maravillado e ilusionado.

Otra de las aficiones de Liberto era leer. Leía en todas partes y claro, Adrián también lo hacía. 

El día señalado había llegado. Padre e hijo cargados con sendas bolsas deportivas iniciaron el camino hacia el gimnasio. Lo llevaban todo, incluidos dos libros. Sí, dos libros. Uno para el padre y otro para el hijo. Liberto eligió "Crimen y castigo" y Adrián me escogió a mí, libro pirata. El leer en los gimnasios resulta ser una actividad algo extendida entre los deportistas de ciudad, supongo por aquello de aprovechar el tiempo al máximo, aunque yo tengo ciertas dudas sobre su practicidad.

Pues bien, Liberto y Adrián ya están cambiados y listos para ejercitarse. Con una toalla pequeña en una mano y un libro en la otra. El padre recuerda a su hijo sobre la conveniencia de calentar los músculos antes de realizar ejercicio continuado. El niño confirma con la cabeza y su voz de pito: "Sí papá".

Tras diez minutos de bicicleta estática, el niño está como una rosa, leyéndome y sin denotar cansancio. En cambio, Liberto chorrea sudor por todos los rincones de su cuerpo. Con voz entrecortada anúncia a su hijo que ya está bien de calentamiento y que, por favor, le acompañe a otra máquina. 

"¿Te gusta Adrián?" - pregunta Liberto.
- "Sí papá. ¿Estás cansado papá?, Te veo muy colorado papá, ¿Quieres que volvamos a casa?, papá" - dice y pregunta el niño que mira asombrado la pinta que tiene su padre. Liberto, herido en su autoestima, responde con un "No hijo, no... papá no está cansado. Vamos a correr en la cinta".

Padre e hijo ya están sobre sus correspondientes cintas. Una al lado de la otra. Liberto orgulloso explica a Adrián el funcionamiento de cada botón. El problema es que el niño no alcanza a ver los botones por que están muy altos y aquella máquina, con tantas luces parpadeantes, parece una nave espacial.

Tras la explicación de su padre, Adrián tiene una sola duda: "Y si quiero parar...¿dónde aprieto?" "El botón rojo, botón rojo y grande, hijo" - responde el progenitor.

El niño que si corre no lee, me deja junto a su pequeña toalla y Adrián corre, corre a una velocidad moderada y controlada para su edad. Liberto... es otra historia. Recordando viejos tiempos, se emociona y empieza a acelerar el paso paulatinamente, aumenta la velocidad de la cinta y la congestión del deportista. De tanto utilizar la toalla, ésta ya está mojada y abandonada sobre los mandos de la máquina que, para más inri, se ocultan tras el libro abierto de "Crimen y Castigo" que pretende leer Liberto. Adrián, mudo, alterna su mirada entre su padre, hecho trizas, y la máquina que castiga sin parar las piernas del adulto.

Adrián y Liberto ya llevan 15 minutos corriendo sin parar. Uno más despacio y relajado y el otro más acelerado y tensionado. Adrián quiere preguntar y apunta un "Papá..." Liberto que hace tiempo que le falta aire y coordinación, mira a su hijo perdiendo el control. Sale despedido hacía atrás a tal velocidad que, en un visto y no visto, queda tirado, plegado y hecho un ocho.

Los responsables del gimnasio acuden a socorrer al accidentado y experimentado deportista, parando la atareada cinta y ayudándolo a incorporarse de nuevo. ¡Ay!, ¡ay! - exclama Liberto - No pasa nada, no pasa nada. Estoy bien, estoy bien - manifiesta en voz alta.

Adrián, tras el susto y ver que a su padre no le ha sucedido nada grave, no aguanta más la risa y se desternilla sin control. "Parecías el Buzz LightYear papá yendo hacia las estrellas y más allá". Liberto, está rojo, no se sabesi por el esfuerzo o por el bochorno pasado.

Padre e hijo abandonan el gimnasio, uno cansado y el otro destrozado. Vuelven a casa mientras Adrián dice a su padre "No ha estado mal para ser el primer día". Liberto sólo puede contestar, con cara de resignación y magullado, "no hijo. No ha estado mal".

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