miércoles, 31 de marzo de 2010

Exámenes

En época de exámenes la biblioteca se llena hasta la bandera, pero no por un impulso lector incontrolable sino debido a que, quien más o quien menos, alguna prueba debe realizar.

En esos días, cuando abren la biblioteca, los estudiantes corren como liebres en busca de asientos libres para ellos y para sus respectivos amigos que, normalmente, llegarán una hora después.

Alrededor de las largas mesas rectángulares se reúnen numerosos estudiantes que esparcen sus apuntes, libros varios, libretas, sin olvidar, claro está, los bolígrafos, lápices y otros utensilios. Utensilios como ordenadores portátiles de última tecnología, móviles que reciben llamadas o mensajes cuando debieran estar desconectados, además de ipods o walkmans conectados a sus propietarios con el fin de estar aislados y lograr mayor concentración en lo que estén haciendo.

Isaias era un estudiante, entrado ya en años, y sus herramientas de estudio se reducían a papel, bolígrafo y gafas, ya que tenía la vista cansada. Un día, ante nuestro maduro alumno estaba Lucas, que ya llevaba unas horas de estudio y que estaba decidido a tomarse un descanso. Al lado de éste, se encontraba Estrella, una aplicada pupila que justo acababa de llegar y que desplegaba su portátil. Los cables de éste se sumaban a los ya existentes formando sobre la mesa un manojo interminable en busca del enchufe perdido.

Todos los estudiantes estaban frente a sus respectivos terminales tecleando sin parar. Algunos de ellos escuchaban música y los menos tarareaban sin reparos la letra, a pesar de los reiterados avisos de silencio. A todo eso, suena la banda sonora de Star Wars que surge del olvidado móvil de Lucas que, en ese momento, decansa.

Isaias que está muy lejos de la última tecnología, alza la vista y resopla, escucha los múltiples teclados usándose, oye los cantantes frustrados, además de la melodía de La Guerra de las Galaxias. Isaias está que trina. En ese momento, la luz abandona la biblioteca y todo queda interrumpido. Los ordenadores quedan mudos y ciegos, los estudiantes enojados, el móvil cantarín calla y una ligera penumbra se hace dueña del lugar. Isaias, como si nada hubiera pasado, reanuda su lectura con una sonrisa en la boca armado de papel, bolígrafo y gafas.

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