jueves, 8 de abril de 2010

Hermanos

Un día de invierno, Silvia me llevó a su casa ya que era una apasionada de los libros de piratas. Silvia compartía habitación con su hermana mayor Helena. Entre las dos existía una diferencia de edad de 8 años, bastante tiempo para algunos, pero no para Silvia y Helena que mantenían una relación excelente. Conexión que no sucedía entre las pertenencias de cada una de ellas, distribuidas por todo el cuarto en un perfecto caos. Es por ello que yo, un libro infantil pirata, acabé junto a un libro para adolescentes llamado "Crepúsculo". La verdad es que daba susto sólo verlo. Era más grande que yo, mucho más.

Pues bien, la primera noche que estuve en casa de Silvia y Helena, no pude echar ojo por culpa de mi tétrico compañero de cuarto. "Crepúsculo" imponía sólo con su presencia, todo negro, misterioso y monotemático: el vampirismo. Habían vampiros por todas partes, aquí, allá... la verdad es que la cosa estaba muy afilada.

Piratas y chupasangres no pegan ni con cola. Eso todo el mundo lo sabe. En un momento de la noche y, cuando ya dormían Silvia y Helena, se oyó una voz de ultratumba. Era "Crepúsculo". ¡Ay madre!, ¡ay madre!... que éste se despierta y cena Piratas al pil-pil -pensé yo-.

- "Tú, el nuevo -dijo él- ¿has visto a mis hermanos?". 
- "¿Hermanos?, ¿qué hermanos?, ¿un libro puede tener hermanos?" -me pregunté yo-. "Crepúsculo", con imponente voz continuó:
- "Formo parte de una trilogía y no logro encontrarlos por ninguna parte".
- "Pues con los oscuro que está aquí no vas a ver tres montados en un burro" -contesté yo.
-"Veo en la oscuridad, leo la mente..., o sea, que no hables pequeño pirata, si no quieres despertar a Helena y Silvia. Tienen muy mal despertar y eso sí que asusta. A partir de ahí tuve una conversación muda.

"Crespúsculo" me dijo que los vampiros de hoy en día no eran como los de antes. Los modernos sólo muerden cuando el guión así lo exige. Mi compañero de habitación era un romántico rematado que debía cargar con la fama de Drácula y Nosferatu. No era justo.

En las noches siguientes continuamos hablando de muchas cosas, pero había un tema recurrente: la familia. La preocupación por sus hermanos menores crecía en el interior de "Crespúsculo". Se sentía impotente. Yo, por mi parte, intentaba animarlo con un "todo se arreglará, ¡ya verás!"

La jornada siguiente era una fecha señalada, sería el cumpleaños de Helena. Sus padres escondieron en la habitación un paquete algo voluminoso. Era un regalo. "Crepúsculo" me dijo que notaba una presencia, una fuerza en el interior de ese presente, como no había notado en mucho tiempo. Yo tenía los nervios alterados con tanto suspense, fuerza y presencia.

A la mañana siguiente, a Helena le dieron el misterioso regalo. Eran libros, tan negros como "Crepúsculo". Se trataban de "Luna nueva", "Eclipse" y "Amanecer", los hermanos pequeños de mi compañero de cuarto. La familia estaba por fin unida. Todos eran uno. Yo volví de nuevo a la biblioteca con una experiencia nueva y, por supuesto, un amigo más con el que poder contar.

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